DESTACADA,  Sabiduría

Estaba harta de que me rompieran el corazón y esto fue lo que hice

Ayer por la noche estaba pensando en mil maneras para que un hombre no me vuelva a romper el corazón. Entonces se me ocurrió la idea de que él firme un contrato con una duración limitada, donde las cláusulas consistían en que nunca me deje de seguir en Instagram y le de like a todas mis fotos, que no esté con ninguna otra mujer, y la más extremista: que sólo se dedique a satisfacer mis propias necesidades, dejando totalmente de lado sus sentimientos en la relación. En resumen, que sea mi Ken de carne y hueso.

Sin embargo, al día siguiente volví a repasar mis apuntes de un seminario filosófico, y acabo de llegar a la siguiente reflexión: ¿Por qué estoy tratando de convertir al otro en mi propio yo? ¿En un objeto dominado por mí? ¿Qué estoy haciendo, pretendiendo anular su rostro humano sólo para evitar mi propio sufrimiento?

Imagen: Favim.com

Sin querer queriendo, anoche estaba pensando como una dictadora: como alguien que anula su empatía y actúa como los soldados responsables de tantos genocidios cometidos. El filósofo Theodor Adorno diría que me estaría volviendo fría, insensible y sin ninguna compasión. Por el contrario, muchas veces soy incapaz de reprimir mi angustia, y si veo a alguien que sufre de verdad, no puedo evitar conmoverme.

Por eso, aquella empatía es la palabra que siempre resuena en mi cabeza:

¿Cómo me sentiría en una relación donde el otro sólo se preocupa por sí mismo, donde no se alegra de que yo exista?  

Siento que anoche sólo busqué algún mecanismo para evitar el sufrimiento y no caer en el amor, tal como sucede en el amor liviano que describe el filósofo Byung Chul Han, donde ya nadie quiere esforzarse por mantener un romance que va más allá de las propias necesidades. Quizás estoy encerrándome en mí misma, porque aquel otro podría poner en peligro mis sentimientos.

A su vez, esas ganas de encerrarme sólo me apegan más a mi propio ego, y hacen que me parezca a Yerma, el personaje de Federico García Lorca: era una mujer tan llena de frustración que terminó construyendo un caparazón alrededor de sí misma, que sólo la deja fuera de toda posible comunión con los demás.

Imagen: Pinterest

Aquel hombre que puede romperme el corazón es tan diferente a mí que me molesta, y como mi perfeccionismo es tan exigente, voy modificando su rostro para que se adapte a mí, a tal punto que lo convierto en un objeto.

Sin embargo, no me estoy dando cuenta de que me alejo de Dios cada vez que rechazo al otro, cada vez que lo determino y lo condiciono. El filósofo Levinas me reprocharía, ya que me está diciendo que no sea indiferente con alguien que habla el mismo lenguaje que yo, a pesar de las culturas diferentes. Aquel lenguaje lo compartimos todos por el hecho de ser humanos, y también valemos por el hecho de existir.

A veces también me olvido de que somos sujetos y objetos de amor, y quizás me encuentro vacía, tal como el cuento de una niña en busca de juguetes y otros vicios que llenen su vacío. Ella empezó a llenarse de significado cuando dejó de enfocarse sólo en sí misma, y empezó a conectarse con el mundo interior de los demás. Paradójicamente, el amor también nos vuelve al centro, al ámbito más profundo de nuestra interioridad.

Si yo no estoy en mi centro, en mi corazón, empiezo a actuar con los hábitos que están impuestos desde afuera. La gente que vuelve a su interioridad, y actúa desde el corazón, puede ser más libre y sin imitar modos de ser que no son el mío. 

Si vivo en la superficie nunca puedo cambiar profundamente. No me romperá el corazón ningún hombre, sino que me lo romperé yo misma pretendiendo que sean como yo quiero, ya que dejo de reconocer que él es tan extranjero como yo. Para saber si estoy haciendo bien o mal, no sólo debería mirar los apuntes sino también mirar en mi interior, donde habita mi verdad, y preguntarme, como lo hizo Jean Luque Nancy: ¿Es el otro sólo un intruso en mi corazón o yo también lo soy?

Escrito por Antuchi

Encuentra más reflexiones filosóficas y teológicas en: @antuchi

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